martes, 23 de octubre de 2007

Se aproxima el Día de Muertos



Es momento de dedicar las siguientes líneas a una de las tradiciones milenarias de nuestra cultura que nos muestra gran parte de nuestra visión y sentimiento hacia algo tan místico como lo es la muerte. Se trata del Día de Muertos, tema que en esta ocasión dará fondo y forma a esta sección especial que tiene como primer objetivo tratar de presentar las razones del porqué, el cómo y en dónde celebrarlo. Pero también la misión de continuar con una celebración que lucha contra el olvido y la indiferencia de las nuevas generaciones.

No está por demás decir que se trata de una tradición que lamentablemente ha ido perdiendo impacto en nuestra cultura a pesar de que esta fecha es una de las celebraciones que más nos caracteriza por la idiosincrasia y la visión hacia la muerte, por el homenaje a ésta y la manera como se le recuerda. Aunque este culto a la muerte no es único y exclusivo de México, sino de gran parte de Latinoamérica en donde las culturas prehispánicas mantenían contacto e influencia entre sí, permitiendo que costumbres, creencias, leyendas y tradiciones se transmitieran por medio de voces que recorrían distancias interminables.

Debemos ver esta celebración quizás no tanto como una fecha folklórica, o como una costumbre ajena a nosotros, sino como una tradición que de alguna manera nos remite a nuestro origen y que da cuenta de nuestra postura ante la vida y la muerte. Somos una cultura que constantemente busca respuestas en su pasado, en sus recuerdos, en sus muertos. Somos una cultura muy arraigada al territorio, porque después de todo “no se es de ninguna parte hasta que se tiene un muerto enterrado en esta tierra.”

El origen

Todo hace suponer que esta tradición comenzó hace muchos años durante la creación de aquellos mitos y leyendas surgidos de la relación que las personas hacían entre los fenómenos inexplicables asociados a la naturaleza. Para la gente que vivió en este territorio –muchos años antes de la llegada de los españoles y de que fuera llamado México– existía el mito y la creencia de que los fallecidos viajaban al Mictlán (Lugar de los Muertos) donde vivirían eternamente. El miedo a la muerte no era común, y por el contrario, se creía que era una virtud.

Mictlán es el Lugar de los Muertos y se trata de un territorio mítico ubicado en el noveno y más profundo de los niveles del inframundo. Se pensaba que allá iban todos lo que morían de muerte natural junto con el espíritu de un perro que era incinerado y enterrado junto a la persona fallecida, pues este fiel animal habría de acompañarle en su viaje entre las montañas, desiertos, colinas, ante animales salvajes, fuertes vientos y un río de nueve aguas al cual le ayudaría a cruzar para poder llegar hasta el Mictlán, donde finalmente el difunto se presentaría con su señor Mictlantecuhtli y su señora Mictecacihuatl quienes reinaban en el Lugar de los Muertos.

Sin embargo, a la llegada de los españoles y su evangelización, este tipo de tradiciones sufrió cambios durante el proceso de culturización occidental. Ejemplo de ello es la imposición de festejar el Día de Muertos durante el 1 y 2 de noviembre, cuando en realidad, dicha celebración a la muerte se llevaba a cabo según el calendario azteca o la época, pues era la única celebración que se realizaba en tiempos de cosecha cuando predominaba la abundancia y no la escasez. Por otro lado, se integraron nuevos elementos en los ritos, como lo son piezas e imágenes provenientes de la religión católica, a los cuales hoy en día también se les rinde culto.

En la actualidad el Día de Muertos conserva muchas raíces prehispánicas, pero también influencia de un proceso de culturización de más de quinientos años. De cualquier manera, nuestra sociedad es el resultado de estos procesos de construcción históricos que se manifiestan a través de las tradiciones y las creencias. Quizás en este momento no pensamos en el Mictlán como el lugar al que podríamos llegar después de fallecidos, pero sí conservamos nuestra manera de rendirle homenaje a la muerte, de celebrarla, de respetarla y de encontrar todas las respuestas que buscamos a través de la memoria de quienes se nos han adelantado en el camino.

Ofrendas a la muerte

Se realizan distintas maneras de celebrar esta costumbre que pueden variar entre sí dependiendo de la región y de los antecedentes culturales. Sin embargo, existen ciertos elementos y ritos que necesariamente deben de ser tomados en cuenta durante la celebración, ya que éstos son esenciales en el recuerdo de los difuntos y en la manera como deben de ser guiados en su retorno y en su partida, como se cree que ocurre durante los días 31 de octubre, y el 1 y 2 de noviembre, fechas en los que se rinde culto a la muerte y a los difuntos a través de una ofrenda.

Es casi el final de octubre y la gente va a los mercados a buscar aquellos ingredientes que sólo en una fecha como ésta se pueden encontrar. Todo va desde la flor de cempazúchitl amarilla, hasta el copal que, con su olor, habrá de guiar a las ánimas a que encuentren el camino de regreso a casa en donde visitarán a quienes siguen con vida. Por ello, se busca el mejor lugar de la casa, por si llegan visitas inesperadas u otros invitados que no fueron recordados en sus hogares. Pero eso no importa, porque siempre habrá lugar para un difunto más.

La gente sabe que es necesario sacar los viejos retratos. Aquellos en donde aparecen los abuelos, o bisabuelos, o tatarabuelos, o lo que sean, pues con el pasar del tiempo, quizás ni ellos mismos saben lo que ya son. Junto a los retratos también colocan el tequila, los cigarros, la guitarra y quizás, hasta una vieja pistola que, con suerte, fue utilizada durante los combates de la revolución.

Seguramente los invitados llegarán hambrientos, pues el camino es sumamente largo, así que no hay celebración sin un buen banquete cocinado para el deleite de quienes consumen la esencia de los alimentos. Hay fruta, pan, dulces típicos, agua, tamales, mole, arroz, pozole, pollo y una gran variedad de alimentos propios de la región.

Se tiene la creencia de que el día 31 de octubre llegan los que murieron siendo niños. Al día siguiente, después del medio día, hacen su presencia las ánimas de los difuntos adultos quienes permanecen hasta el 2 de noviembre cuando habrá de iniciar el regreso al Lugar de los Muertos, como se creía en la cultura azteca, o al paraíso, como es sabido en la actualidad a través de la religión católica.

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